Expectativas van y vienen
Si nos detenemos a pensar en nuestro día a día encontraremos que éste está repleto de expectativas sobre cómo debemos pensar, sentir y actuar o cómo deben hacerlo los demás. Tiñen todas las áreas de nuestra vida: la personal, la social y la profesional.
Y es que en todo proceso de intercambio personal se generan expectativas que representan la esperanza de conseguir algo para satisfacer nuestros deseos.
Cuando nuestras expectativas las depositamos en los demás adoptamos una actitud pasiva porque esperamos que algo suceda sin nuestra intervención y que, además, lo que ocurra cumpla nuestros deseos. Pero, ¿qué sucede si el resultado que obtenemos no responde a los que ansiamos? Que experimentamos un sentimiento de frustración, normalmente, seguido por sufrimiento y enfado.
¿Cuál es el aprendizaje que podemos obtener si hemos sucumbido a la decepción? Preguntarnos a qué atienden las respuestas, reacciones o comportamientos de los demás o si me las he creado yo a mí mismo. Por lo general, las expectativas propias se basan en cómo queremos nosotros que sean las cosas. Desde una reacción inesperada de tu pareja en un día señalado a la respuesta de un jefe que no entraba en tu espacio de posibilidades.
Ante el incumplimiento de una expectativa personal no podemos reclamar al otro porque éste no se ha comprometido a responder en la medida en que yo deseaba.
También existen las expectativas que nos configuramos sobre nosotros mismos. ¿Cuánto responden a la realidad que nos identifica? ¿Cuál es el nivel de exigencia que le precede? Analicemos cuál es nuestra pretensión si queremos ser el mejor profesional, padre, compañero… Nos conduce al mismo lugar, a la frustración.
¿Qué podría ser válido, entonces, para que nuestras expectativas vayan en la dirección que queremos y cómo evitar que alcancen dimensiones desproporcionadas? Un primer punto de partida es tomar conciencia de que éstas son nuestras y que somos nosotros los responsables de qué hacer con ellas. ¿Qué pasaría si me libero de los límites que me impongo y los que anhelo de los demás?
Dejarlas ir, aprender a soltarlas. Limitar su crecimiento aplicando la compasión hacia uno mismo y hacia las otras personas.
Otra manera de superar una expectativa fallida es realizar un compromiso con el otro. Éste requiere una actitud activa de nuestra parte que propicie una petición que debe ser consensuada y aprobada por ambas partes. Siendo así, sí podemos reclamar un compromiso incumplido y, evitar, de esta manera, caer en la decepción.
“Cuando las expectativas de uno son reducidas a cero, uno realmente aprecia todo lo que tiene” (Stephen Hawking)
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